El ser humano tiene su primer contacto con otros seres humanos en la familia. Por eso, es determinante si esta interacción se lleva a cabo con la práctica de valores o no. Alicia Molina afirma que “los seres humanos educamos, primeramente en la familia. Ahí aprendemos, o deberíamos aprender a colaborar, compartir, respetar, las reglas, afirmar la verdad y distinguir lo que está bien de lo que está mal. Es en la familia en donde se transmiten los valores y los antivalores y a formar nuestro criterio”.
Los ambientes familiares son el resultado de la dinámica entre los miembros de la familia. Lo ideal, es propiciar un ambiente familiar democrático que se logra con la práctica de valores.
Un característica de dichos ambientes es que no son permanentes. Un día puedes estar relajado para responder a distintas situaciones usando los valores y otro, puedes estar enojado y tus respuestas serán violentas, plagadas de antivalores. Aunque esto es normal y a todos nos pasa, es importante examinar cómo estás respondiendo y qué tipo de ambiente estás generando.
Comienza por observar la repercusión de tus actos en los demás. Pregúntate cómo quieres que te vean, qué sentimiento quieres generar en los otros y cómo quieres que te recuerden. Ten en cuenta que cada palabra y acción deja una huella.
Cuando te observas y cuestionas, desarrollas la habilidad de utilizar los valores democráticos en situaciones adversas y, en general, en tu vida diaria. Entre más practiques llegarás a ser más hábil.
Por el contrario, si no pones en práctica los valores democráticos en tu familia, corres el riesgo de generar un ambiente antidemocrático con sentimientos de rechazo, tristeza, enojo, inseguridad y miedo que, muy probablemente, se replicarán en otros contextos.